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Cutervo resiste

El guácharo tiene vocación de murciélago. Su hábitat principal está conformado por grutas y cuevas, solo sale de ellas cuando el sol se aleja del panorama y es la única ave eminentemente nocturna capaz de desplazarse por ecolocación, dependiendo del rebote de los sonidos “clic, clic, clic” que emiten para saber dónde se encuentras sus obstáculos (a diferencia de los murciélagos, sus sonidos de ecolocación sí son audibles para el oído humano).

Descrito por primera vez por Alexander Von Humboldt en el año 1799, la primera parte de su nombre científico, Steatornis caripensis,  hace alusión a lo aceitoso de su cuerpo, y la segunda a la zona de la que se le creía exclusivo, el pueblo de Caripe, en Venezuela.

Por ello, cuando en 1956 el biólogo cutervino Salomón Vilchez Murga (enterado de la existencia de los guácharos en nuestro país) se convirtió en diputado por Cajamarca, se abocó a proponer la creación de una zona intangible para proteger la gruta de los guácharos, la especie y su hábitat.

La figura de una zona protegida era un concepto que él sabía existente en otras latitudes, pero, al ser totalmente nuevo en el territorio nacional, le correspondía la batalla de hacer la idea atractiva para su aprobación a nivel oficial. Logró su cometido el 8 de setiembre de 1961, cuando 2,500 hectáreas de San Andrés de Cutervo se convirtieron en Parque Nacional y se introdujeron por primera vez en el país conceptos como la intangibilidad, al conservación y la protección de especies dentro de ecosistemas complejos.

Rara avis

Cincuenta años después, nada está dicho en Cutervo, ni siquiera sobre su ave insignia. El tema de la investigación in situ lamentablemente ha sido, hasta hace un par de años, prácticamente nulo, y muy poco se sabe a ciencia cierta del contenido del parque, a pesar de su gran diversidad.

Cutervo alberga un sinfín de especies y ecosistemas: se estima que tiene alrededor de 200 especies de orquídeas y más de 30 especies de helechos, tiene el lujo de poseer en su territorio al árbol del escudo nacional, la quina (que en sus épocas fue sobreexplotada para aprovechar la quinina que se extraería para combatir la malaria, y también utilizado para madera de fogón); es casa del oso de anteojos, el venado, el tapir de montaña, el puma, el zorro, la pava, el espléndido pilco o quetzal cabeza dorada y el gallito de las rocas; contiene restos arqueológicos en la Cordillera de Tarros, bosques de neblina, páramos, bosque húmedo de ceja de selva y cascadas, entre tantas otras bondades biológicas.

Mucho de esto se encuentra en riesgo moderado, en peligro o quién sabe si incluso en vías de extinción. Respecto a algunas especies, como el oso de anteojos, los mismos guardaparques no han logrado avistar uno hace  años. Solo se asume que algunos han migrado o descendido en cantidad, porque se carece hasta de las básicas estimaciones respecto a cuántos ejemplares puede haber habido en décadas anteriores como para determinar en qué situación está cada especie.

A pesar de haber servido de inspiración para la declaración de otras áreas protegidas, la creación de Cutervo en 1961 fue solo en papel. Sin hitos, guardaparques y ni siquiera un jefe presencial por casi 40 años, recién en 1999 se inscriben los límites del parque en registros públicos y se asigna a una persona para que se haga cargo de Cutervo. “En todos esos años las comunidades aledañas ingresaron al territorio del parque y convirtieron muchas zonas en pastizales para el ganado”, refiere Iris Zárate, jefa del Parque.

Tierra de todos, tierra de nadie

“Tenemos problemas que afectan a la mayoría de los parques: la tala indiscriminada o selectiva, que pone en peligro especies como la quina o el roble, los incendios, la caza. Pero el mayor problema es que la población no asume como una necesidad la protección de los recursos del parque”, lamenta Zárate, que espera poder demostrar a los pobladores aledaños que la protección de Cutervo no se trata meramente de proteger unos pajaritos, sino que mantener en buen estado sus cuencas está ligado a la calidad de vida que ellas puedan tener.

Por la tala, los caudales de agua han disminuido a más del 50% en los últimos diez años, e incluso hay cortes de luz en las comunidades porque no llega agua a la hidroeléctrica. El problema apunta a agravarse. “Necesitas comida para una semana, tumbas un árbol y lo tienes. Pero no estás resolviendo el tema de fondo, de no tener una actividad sostenible, y no se está asumiendo que este problema lo están dejando a los hijos”, increpa Zárate.

Queda mucho por hacer

Recientemente, Cutervo ha aumentado su número de guardaparques. Pero aún son insuficientes para una supervisión adecuada. No hay mes en que los guardaparques no encuentren zonas de amortiguamiento o incluso áreas internas del parque que hayan sido afectadas. “Una vez vimos gente talando árboles dentro del parque, y cuando estábamos yendo para allá, comenzaron a disparar al aire para asustarnos y salieron corriendo”, recuerda Ydo Chucupoma, guardaparque desde hace dos años en el lugar.

Muchas otras veces se sabe quién ha sido el culpable de la tala, pero no hay pruebas para inculparlo. O peor aún, en los milagrosos casos en los que las denuncias avanzan y se llega a tener órdenes de captura, los encargados de Cutervo han recibido respuestas tan increíbles como que la captura no se había efectuado hasta el momento porque “el talador no había pasado por la comisaría”. Hace falta tomar en serio aquellas frases y argumentos por lo que se crean estas áreas protegidas en el papel para que  verdaderamente cumplan su rol. Si no, la creación de Cutervo seguiría sin tener sentido.

Fuente: Revista SOMOS

 

 

 

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